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Cuesta abajo y sin frenos

Próxima parada: Vodafone Sol. Eso escuché, atónita, la primera vez que mis pies se posaron sobre el metro de Madrid.  No daba crédito. El nombre de una estación de tren, adquirido por una compañía de telefonía. Allí estaba, el logo de Vodafone, eclipsando la mítica parada de la Puerta del Sol, y todo a cambio de un cochino millón de euros. Lo mejor es que este exitoso sistema de publicidad, el naming, ya se ha apeado en Valencia, donde Fabra se frota las manos por ver cuántas empresas contestan a las ofertas para nombrar paradas de nuestro tristemente célebre metro. Y ahora, yo me pregunto, ¿cuántas cosas más vamos a poner a la venta bajo la tiranía del déficit? ¿Qué va a ser lo próximo en salir al escaparate de las rebajas públicas? Todavía no se me ha olvidado la imagen de nuestro presidente autonómico, con el rostro compungido por tener que exterminar RTVV, «porque no llegamos». Y de dónde no hay… pues ya se sabe. Así que, siguiendo esa lógica aplastante de la destrucción, y con la honorable intención de sacar dinero hasta de debajo de las piedras (porque debajo del circuito de Fórmula 1, de las servilletas de Calatrava y de las donaciones a Nicaragua, pues dinero ya no debe quedar mucho) resulta cuanto menos evidente que, si estamos dispuestos a vender nuestra salud, ¿qué más le dará al difuntísimo Colón ceder su nombre a cambio de algo de dinero? Porque, al final, todo se reduce a eso.

A veces pienso en el mundo que legaremos a nuestros descendientes, o supervivientes, a este paso. De seguir por esta inaguantable senda de la austeridad y los apretones de cinturón, ese mundo, paradójicamente, ya no será nuestro. Porque, a todas luces, la obcecada austeridad diluirá los esfuerzos de aquellos que pagaron unas pensiones, una sanidad y una educación públicas en el vasto páramo del libre mercado, sin barreras, sin obstáculos, sin nosotros. Es aquello tan ilustre del «todo para el pueblo, pero sin el pueblo»: el pueblo ya no tendrá déficit, el pueblo tendrá un mercado amplísimo, estaciones de metro donde anunciar empresas y un trozo de tierra para montar un colegio, un hospital o una granja. Pero todos habremos perdido la seguridad que proporciona el colchón público. La seguridad y, no nos engañemos, también los valores. El valor de que no vale todo, la importancia de la protección, la compasión y la solidaridad. En un mundo sin barreras tampoco habrá redes que nos protejan de las caídas: no tendremos la seguridad del colegio público; de unas urgencias universales, ni siquiera el seguro de la historia, el resguardo de que se puede hacer justicia, aunque sea con una mención en el transporte. En ese futuro, solo habrá dinero: no para todos, no de todos. Pero dinero, al fin y al cabo. Será el dinero quien acabe por extinguirnos en esta carrera imposible que no sabemos cómo detener. Próxima parada: Sálvese quien pueda.

Isabel Villar Hernández

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